Por esperar a los de a caballo.
Por esperar a los de a caballo.
El relato que les voy a compartir, me
la platicó hace muchos años Don Quirino, persona a quien conocí porque en
ocasiones visitaba a unos amigos en la Colonia Jiquilpan de Los Mochis, dentro
de las buenas amistades de esa época, uno de ellos a quien le perdí la pista y
hace muchos años que no le veo es a mi amigo Juan Marcos, como era costumbre de
mi parte y por educación siempre que visitaba ese barrio, pasaba a saludar a
los padres de mis amigos.
Es el caso que Juan Marcos quien
en esa época se dedicaba al oficio de mesero, era quien orgullosamente
presentaba a sus padres, Doña Anita y Don Quirino; quien trabajaba empujando
una carreta en la que vendía frutas con chile, había ocasiones en que por las
tardes cuando Quirino regresaba de recorrer las calles empujando su carreta,
mientras la lavaba y dejaba limpia para el siguiente día, durante ese tiempo
como se suele decir: “Nos poníamos a echar la platicada”, cosa que no era
difícil ya que Quirino era un viejo agradable, solía caerle bien a la gente.
Una tarde vimos pasar una
señorita que nos dejó totalmente absortos con su refulgente presencia,
imposible no voltear a verla, tanto mi amigo Juan Marcos y un servidor, nos
quedamos observando con gran embeleso aquella que parecía un ángel bajado del
cielo, Quirino se dio cuenta y nos comentó: Pues por lo menos verla, ya que esa
muchacha no pela a nadie de este barrio, aspira a algo mejor; refiriéndose a
alguien que tuviera buen trabajo y automóvil propio de reciente modelo y
nosotros andábamos a pie.
Seguido de eso, nos platicó que
en su pueblo; cuando él era chamaco, recuerda con mucho aprecio y cariño a una
muchacha que ya era una señorita casadera, la más bonita de todo el pueblo, por
cierto; nunca le pregunté cuál era su pueblo. El caso es que, todos los
muchachos también casaderos, tanto de su pueblo como de pueblos vecinos,
pretendían a tan bella señorita.
Quirino se fue de su pueblo y
llegó a la Ciudad de Los Mochis, varios años después regresó, le tocó saludar a
aquella señorita quien seguía siendo una señorita pero con varios años más, aunque
seguía manteniéndose bella, se le notaba la edad. Ya pasaba de los 35 y en esos
ayeres llegar o pasar de los 35; sin casarse, las muchachas se consideraban
“quedadas”. A Quirino le llamó mucho la atención la situación y le cuestionó
porque no se había casado si todos los hombres de la comarca la pretendían a lo
que ella le respondió entre tristeza y nostalgia: [sic] Ay Quirino, resulta que
por estar esperando a los de a caballo, se me fueron los de a pie.
Los de a caballo no llegaron y los de a pie, a quienes nunca
hizo caso; se casaron con otras muchachas del pueblo y esa bella señorita, se
quedó como quien dice para vestir santos.
Francisco Castro.
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